Lección dormida, lección aprendida


Dormir es vital. Sin dormir colapsaríamos más rápido de lo que creemos. Pero dormir bien es, además, una de las claves del éxito en el estudio.

Porque nos permite mantener nuestra memoria en buen estado. Ser rápidos cuando tenemos que recuperar un dato y mantenernos lo suficientemente atentos para incorporar otros nuevos (lo que se conoce como concentración).

Permite también que estemos de buen ánimo, es decir, que mantengamos una actitud óptima ante la jornada que tenemos por delante.

Dicho de otra manera, dormir afecta a las tres funciones principales del estudio:

  • Memoria. Capacidad para retener información.
  • Concentración. Capacidad para captar información.
  • Actitud. Predisposición para entender y relacionar, tanto la nueva información, como la que ya hemos almacenado.

Las células y las neuronas de nuestro cuerpo se regeneran durante la noche más que en ningún otro momento del día.

Por eso, si no hemos descansado bien, estamos mucho menos ágiles, como si nos sometieran a un entrenamiento continúo, sin posibilidad de descanso. Cuando todo buen entrenador sabe que la clave de un ejercicio efectivo es el equilibrio entre periodos de actividad y periodos de reposo.

Ahora bien, ¿Qué hacer para descansar como nuestro cuerpo merece?

Pues existen 4 aspectos básicos que debemos controlar en este arte que los lirones dominan y nosotros, a veces, descuidamos…

El espacio. La regla básica es evitar que el espacio de descanso se mezcle con cualquier lugar de actividad. Es decir, no estudies en el mismo cuarto en que pasas la noche. Pero, además, recuerda hacer la cama todas las mañanas e impedir que tu armario sobrepase sus límites y se expanda por toda la habitación. Un básico, que muchas veces se nos va de las manos, pero que si nos lo proponemos, es fácil mantener a raya.

La hora. Es una de las claves del éxito y debe ser constante. La rutina es, en este sentido, amiga del sueño y mucho más los ritmos circadianos. Es decir, el reloj que todos llevamos en nuestro interior y que nos mantiene activos en determinadas horas del día y que, en cambio, nos envía directos a la cama en otros momentos. Si lo complacemos, todo irá bien. Si luchamos contra él o le llevamos la contraria demasiado a menudo, se vengará de nosotros.

Recuerda, además, que este reloj va variando a lo largo de la vida y que, incluso, puede ser distinto en verano o invierno.

La luz. Si has visto alguna vez a alguien con un antifaz para dormir, no lo dudes, esa persona sabe lo que hace. Porque durante demasiados milenios los homo sapiens nos hemos visto obligados a dormir durante la noche y a desarrollar toda nuestra actividad durante las horas de luz. De manera que esto ha quedado grabado en nuestro ADN. Estamos programados para dormir en la oscuridad. Por eso, si no evitas a toda costa la luz mientras duermes descansarás peor. Otro clásico, que muchas veces pasamos por alto.

El previo. Es una de las reglas de oro de los expertos en sueño. Ellos saben que existe un periodo de 2 horas antes de irnos a la cama en que debemos reducir la actividad y empezar a relajarnos. Puedes tomar un baño, ver una película o charlar a la luz de las velas. Cualquier cosa que te empiece a desactivar. De hecho, aquí suele estar el origen de muchos problemas relacionados con el descanso, desde el insomnio al retraso de fase. Todo empieza por ese empeño de irnos a dormir de golpe y porrazo, pasando de una actividad intensa al descanso total. Y es que no somos robots, y no se nos apaga dándole a un botón.

La cena. Ya lo decía Cervantes… “De grandes cenas… están las sepulturas llenas”. Y aunque tampoco es necesario exagerar, es cierto que la cena, cuánto más frugal sea, mejor. Evita cualquier comida pesada. Por supuesto nada de carne roja, pero tampoco un exceso de dulces o alimentos con mucho gas. También todos aquellos que sepas que te provocan malestar o tu cuerpo no podrá descansar, pues estará demasiado ocupado tratando de digerir esa estupenda cena.

Otra opción, cena prontito. Es una costumbre muy extendida fuera de nuestro país y no exenta de sabiduría.

Por otro lado, recuerda que las horas que no duermes, ni las devuelven, ni las puedes recuperar. Es decir, el sueño es una actividad diaria, y dormir mucho el fin de semana no compensa las horas que perdiste el martes o el miércoles.

Ah, y un último consejo, guarda todas las preocupaciones (incluido ese examen que tienes por delante) en un cajón y disfruta de tus horas en la cama. Porque si realmente te preocupa hacerlo bien, lo mejor que puedes hacer cuando cae la noche, es olvidarlo y soñar con ese día en que lo hayas aprobado.

Es decir, un descanso óptimo no hace magia, pero logra que la lección que has aprendido durante el día se grabe de la mejor manera en tu cerebro por la noche. Aunque estés pensando en cualquier otra cosa. Dicho de otra forma, ¡Lección dormida, lección aprendida!

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